Crónica de lo vivido en el tren ante un caso de emergencia médica.
A mitad del trayecto entre las estaciones de Lanús y Remedios de Escalada, me doy vuelta y descubro que un joven de unos 30 años había quedado tendido boca abajo en el piso del vagón, justo frente a una de las puertas. Él iba sentado en el primer asiento de dos. Eran aproximadamente las 20.45 horas.
Inmediatamente me agaché para saber que le pasaba y noté que estaba inconsciente. Empecé entonces a preguntar si había algún médico entre los pasajeros. O bien que alguien llame al “tren alerta”. En ese instante dos o tres personas se agacharon para ver que ocurría. Lo pusimos boca arriba y le acomodamos la cabeza con una prenda a modo de almohada. Otro muchacho le tocó el cuello y tranquilizó a todos al confirmar que tenía pulso.
La formación se detiene en la estación de Remedios de Escalada, y los usuarios trabaron la puerta y comenzaron a pedir la presencia del personal del ferrocarril y de un médico. Luego de unos minutos que parecían eternos se apersona un guarda y dos miembros de la seguridad privada (con pecheras). No vi gendarmes. Allí alguien solicitó por handy la presencia de una ambulancia. Recordando que UGOFE había puesto en funcionamiento –en respuesta al reclamo que habíamos hecho el grupo de usuarios en nuestras notas y petitorios- personal médico en algunas (solo en algunas) estaciones pedí por ellos al guarda. Pero me respondió que no había. Luego comprobé que Escalada no cuenta con esa prestación pero, aunque la tuvieran, el auxilio médico está disponible de 6 a 9 y de 16 a 20 horas; o sea… estábamos fuera del “horario de atención”.
Un tumulto de gente se había acercado a la puerta del vagón. Entre los pasajeros tratábamos de buscar la forma de reanimar al joven. Por momentos, recobraba el conocimiento y solo atinaba a preguntar dónde estaba, y se volvía de desmayar. Sus desmayos eran profundos pues no era fácil que volviera en sí. Los minutos pasaban y la situación en el vagón se ponía tensa porque ningún médico aparecía. Era menester que alguien del ferrocarril coordinara, al menos, una primera asistencia pero, tanto estos como la gente de seguridad, no se acercaron al joven, solo lo miraban desde la puerta. Mientras dos señoras lo apantallaban y el otro muchacho intentaba reanimarlo, yo buscaba entre sus pertenencias alguna identificació n o credencial que nos pudiera indicar si era epiléptico o sufría algún problema que explique su estado pero nada encontré. Por momentos le levantábamos las piernas y lo poníamos de costado.
Se acercó una mujer que viajaba en el tren, quién afirmó ser enfermera. Al observarlo –sin revisarlo- dijo que era un ataque de epilepsia pero el muchacho no había sufrido convulsión alguna. No había signo que fuera lo que ella afirmara. Así se lo hicieron saber a la mujer y algo indignada, dio algunas sugerencias y terminó por alejarse.
Los minutos pasaban y la ambulancia no aparecía.
Los gritos de los usuarios pidiendo celeridad se hacían escuchar. Pero la reacción del personal era la misma: solo la de espectadores.
Incluso alcancé a ver a través de la puerta a un policía –desconozco si estaba de servicio pero si estaba con su uniforme-. Y no se acercó.
En un momento, se aproximó una persona qué afirmó que el chico tenía las pupilas dilatadas y el pulso bajo y que había reanimarlo de forma urgente. Solo en ese momento se acercó un guarda y expresó “se está yendo” (lo hizo solo a simple vista porque no lo revisó para avalar su “diagnóstico”). Dicha esa frase, la situación se tornó desesperante. La señora que estaba con nosotros dándole aire comenzó a llorar y a pedir a gritos la ambulancia. Todos nos pusimos bastante nerviosos ante la demora y la falta de reacción del joven…y más indignados, por la del personal del ferrocarril y de seguridad.
El muchacho, gracias al esfuerzo y atención de los pasajeros, reaccionó durante la media hora que duró la espera de la ambulancia en tres oportunidades pero de forma muy breve porque solo atinaba a preguntar dónde estaba y volvía a perder el conocimiento. Usábamos lo que teníamos al alcance, como perfume, para tratar de reanimarlo.
Buscando en sus pertenencias encontramos su cédula de identidad y un carnet de una prepaga dónde llamamos ante la demora de la ambulancia. Mientras estábamos explicándole lo que ocurría finalmente llegó el médico. Lo vio –aunque no lo revisó- y ordenó trasladarlo a la ambulancia para llevarlo al Hospital Evita, de dónde venían. Entre tres o cuatro lo levantamos y cruzamos toda la estación con el joven alzado e inconciente y lo depositamos en la camilla. El personal de seguridad –que no colaboró ni este breve traslado (y se lo hizo notar el médico)- solo se preocupaba por saber los nombres de lo que allí estábamos. No falta decir que nadie del ferrocarril se ofreció a acompañar la ambulancia; si yo no lo hacía, el joven quedaba totalmente solo.
A las 21.40 aproximadamente, por fin llegamos a la Clínica Estrada , que está más cerca de la estación Escalada, y luego de la insistencia del joven que -habiendo reaccionado unos minutos en la ambulancia- pedía por el sanatorio dónde supuestamente se atendía.
En la clínica, luego del trámite de recepción, fue atendido en la guardia dónde volvió a desmayarse. Luego de ser reanimado se decidió su internación. Lo acompañe un rato más hasta que llegó su padre y luego me retiré. En la estación de Burzaco, asenté mi queja.
Hoy Pablo (pues así se llama) está bien. Y lo aclaro en estas líneas porque muchos pasajeros que estaban esa tarde noche en el vagón, habrán quedado preocupado por su salud. Pablo, según me expresó esa noche, sufría ataque de pánico –por el cual estaba siendo tratado por un especialista- pero nunca le había pasado lo que le ocurrió.
Yo tampoco había pasado por una situación parecida. No podía comprender como el personal del ferrocarril actuó con tanta frialdad. Deduzco por su comportamiento que quizás no puedan -por algún ordenamiento legal- hacer primeros auxilios a una persona. Lógicamente, como es mi caso, no lo haría porque no estoy preparado para ello. Pero al menos alguien, entre el personal que trabaja en un servicio de transporte público (por dónde pasan miles y miles de personas), debe estarlo. Sin embargo, ello no implica ni justifica que tampoco se acercaran para dar contención; para hacer lo que los pasajeros hacíamos: darle la mano, hablarle, acercarle agua, o solo apantallarlo.
Por fortuna, en esta ocasión, el caso de Pablo no tuvo un desenlace grave (aunque eso, en ese momento, nadie lo podía saber) como sí ha ocurrido en otra oportunidad en el servicio, y dónde también se denunció la falta de atención inmediata (Ver Muerte en el Tren ¿De quién hubo negligencia?). Aunque sería injusto decir que ésta alarmante falta de atención y comportamiento del personal ferroviario ocurra en todos los casos, pero en el que me tocó presenciar pasó tal cual lo describo. Por eso, cuando ocurre hay que denunciarlo asentando la queja y también haciéndolo público, para que no se repita, porque PUEDE COSTAR UNA VIDA.
Cabe señalarse que los servicios médicos que UGOFE puso a partir de la segunda quincena de agosto de este año (luego de reclamos varios), se brinda en los horarios de 6 a 9 y de 16 a 20 y solo en las estaciones de Avellaneda, Lanús, Lomas de Zamora, Temperley, Burzaco, Monte Grande, Quilmes y Berazategui. Los usuarios reunidos en Recuperemos el Tren oportunamente solicitamos (en nota presentada al SSTF en septiembre de este año) la ampliación del servicio médico tanto en horarios como en estaciones.
Es lógico que la línea Roca por su gran extensión sea difícil abarcar en su totalidad con servicios médicos de atención rápida; por eso es necesario que se capacite a buena parte del personal para que pueda intervenir en situaciones como la descripta. Y si por cuestiones legales no lo pueden hacer, al menos sería bueno que muestren interés por el prójimo, porque se puede ofrecer contención de modos diversos.
Juan Pablo Gómez
Burzaco
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